viernes, 19 de enero de 2007

Xuan de la Ería-. PASADO MAÑANA, UN DÍA CUALQUIERA DESPUES

Me he levantado cansado. He tardado en dormirme. Una multitud de recuerdos me asaltaron a última hora. Primero tuve una de esas tremendas pesadillas "pre-fetales". Volvía a encontrarme en un lugar inconcreto, asfixiado por algo impalpable que me rodeaba, que me cercaba, que me rozaba, que no me dejaba respirar. Tuve que salir al corredor. La noche estaba fría, y el cielo, sin nube alguna, aparecía cuajado de estrellas. Era una claridad helada, con el ir y venir de las olas; las sombras sobre la cinta infinita de arena, y los acantilados.
Pensé en todo lo pasado. Recordé a mis compañeros, muertos y vivos; a Pedro, a quien había visto perecer atravesado por las balas; a mí mismo, absurdamente existiendo ahora, cuando ya no debería moverme, ni siquiera abrir los ojos o admirar esta silenciosa noche de amianto; a mi mismo, que tendría que estar muerto porque es lo único bueno que podría ocurrirme.
Bajé después a la playa. Resultaba inútil tratar de dormir. Mis ojos continuaban pendientes de las olas, ahora casi negras, a veces blancas en las rompientes; salpicándome con su espuma al paso, en los acantilados que esta maldita noche azulea en medio de la calma. Porque he llegado a odiar las noches en calma; he llegado a olvidar la hora, el instante, el día en que vivo.
Ya no soy yo.
Cuando me apetece, ocupo el sillón de mimbre que hay en mi cuarto, y escribo. No sé qué; lo que en ese instante sale. Solamente eso. Para lo que sirve...
Anoche paseé por la playa. Las huellas permanecían breve tiempo en la arena mojada, luego el agua iba borrándolas de la superficie, al igual que las vidas de todos los que en cierta ocasión tuvimos ideales.
Me dolía la cabeza, entre la oreja y la nuca; el lugar donde recibí el culatazo antes de ir al paredón, a morir por mis ideales.
¡Ah, los ideales!. ¡Bonita cosa los ideales!. ¡Qué hermosos!.
Todo el mundo tiene sus ideales. Es lo maravilloso de los humanos, la facilidad con que se pueden adquirir unos ideales. Pueden soñar despiertos o dormidos, pero por sus ideales son capaces de cualquier cosa; golpear, hundir, pisotear, incluso matar. Y lo hacen gloriosamente, contentos, felices, satisfechos, porque el mal no es mal; no hacen mal alguno, porque están defendiendo los ideales. ¡Bien por los humanos!.
Camine sobre esa playa que tras mis pasos volvía a estar como siempre había estado, sin nada; con algunas conchas, las algas, alquitrán y algún que otro madero.
En los acantilados tampoco había nada. Las rocas desnudas, violáceas, con algas y pequeños mejillones que cortaban finamente, como hojas de afeitar. Pensé: siempre habrá sitio para mí en la mar. Será magnífico flotar y flotar, dejar que las olas me transporten de un lado a otro, para un día, cualquier día, aparecer en una playa lejana, lejos de esta playa. Mi cuerpo será noticia de un día en cualquier periódico de cualquier ciudad sin importancia.
Será la tristeza de la finitud.
De regreso a la habitación, subiendo los resbaladizos escalones de piedra, vi a los hombres jugando a las cartas. Cerré la puerta con llave, y me acosté sobre la colcha de cuadros verdes y rojos, hecha a ganchillo por cualquier vieja aburrida de la vida, de estar sin marido; de estar con marido, pero lejos; de estar viuda y sin nada que hacer.
La cama es de hierro. Emite ruidos extraños, cuando muevo mi cuerpo intentando, inútilmente, encontrar comodidad a mis doloridos huesos.
Pero como en realidad nada tiene importancia, acabo durmiéndome, mandando a la mierda a Pedro, a Aurora, a Luis Liverson, a Mario, y a todos los que componían nuestro grupo.
Habíamos perecido en el absurdo.
Sólo eso.
Habíamos muerto aburridamente.
YO, TODAVÍA VIVO.

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