domingo, 20 de septiembre de 2009
viernes, 5 de junio de 2009
DONDE EL AZÚL SE PIERDE
domingo, 16 de septiembre de 2007
XUAN DE LA ERIA.- BONSAI.
Siete años después de escrito el libro, me doy permiso para dedicarlo a quién me impulsó en el año 2000 a escribirlo. Para ti, Kem-Sam, tu esposa, y sobre todo, para tu hijo. Oxaca-. Octubre.- Año 2000. Poema 33 Bien, he de irme. los amores eternos, ya sabemos que siempre han sido cortos; cortos de tiempo, jamás de intensidad o sentimiento. Los amores eternos como el nuestro, no conocerán el desgaste de la vida cotidiana, el deshacerse de la ilusión primera, el demoledor derrumbamiento de la convivencia. Me voy, y aunque me veas como ahora estoy, quiero que sepas que en mí hay alegría, y que deseo que tu también sonrías, con esa sonrisa que has aprendido a usar a través mío. No nos veremos nunca, no hablaremos más lo que ya hablamos. El dolor se irá adormeciendo, de idéntica manera que al caer el día descansa el sol esperando la mañana; y así, apaciguado, amansado, nuestro amor sobrevivirá los infortunios, y amanecerá radiante cada día, para traernos reminiscencias de un pasado cercano o muy lejano, pero siempre presente, siempre evocado, siempre en nuestros corazones, siempre en nuestro pensamiento, siempre en nosotros, ÚNICOS.
POEMA 35 No debemos olvidar que aún existe un bonsái que debemos cuidar con amoroso mimo. No hemos de olvidar que aunque transcurra el tiempo, Siempre habrá un bonsái que en nuestros corazones plantó fuertes raíces, para que velásemos por su naciente hermosura. No hemos de olvidar que pasarán los años y sólo ese bonsái suavizará la tristeza, confortando el espíritu de la vejez prendida en nuestra cabellera. No hemos de olvidar que somos ese bonsái que continua perenne, recordando el amor tan lejano y presente...
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martes, 7 de agosto de 2007
XUAN DE LA ERIA.- IL TORMENTO DI QUEST´ANIMA
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La vida nos ofrece sombríos recovecos. En esta ocasión cuelgo principio y final de la narración: Il tormento di quest´anima.
Lector que posiblemente entres en mi ámbito, advertirás de inmediato que es una historia de amor. Quizás estés o no de acuerdo conmigo. Hazme llegar tu opinión, ya sea por aquí o por mi dirección de correo electrónico que hallarás en el blog.
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Al asomarse a sus ojos, sintió que se hallaba al borde de un precipicio hondo, profundo, marrón oscuro como la mirada a la que se había aproximado.
-. Si pudiera regalarte algo,- dijo.- te regalaría la libertad.
Èl, al tomar contacto con el verde aceituna que parecía un destello de olivares retorcidos en el rostro estremecido, sonrió.
Nada entendía.
-. Acepto el regalo de tu libertad.- aseguró con voz de profecía bíblica.
No comprendía con qué le estaban obsequiando. Creía que el amor era entrega absoluta, incuestionable; un darse por entero a quien se ama, pese a que él jamás lo había hecho, pues en su egoísmo, sólo sabía tomar lo que deseaba, sin haber ofrecido nada a cambio, sólo palabras vacías de contenido.
Porque le amaba, le otorgaba la libertad.
Porque le amaba, ella decidió regalarle la libertad que siempre, hasta aquél instante en el que Gonzalo nada sentía, la libertad de la que siempre había disfrutado.
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Ensayaba la sonata número XII en Sol mayor de Tartini, el día que él entró en el salón. Pertenecía a "Le Sonate di Tasso". El segundo movimiento llevaba la acotación de "Il Tormento di quest´anima", y ese era el fragmento que estaba interpretando cuando apareció. Depositó el violín sobre la mesa, y acercándose al rostro barbudo, alargado y macilento, lleno de costras con que las esquirlas que saltaban del mármol marcaban mejillas, frente y manos, le acarició con amor. Besó las heridas una a una, con la ternura que siempre había depositado en él.
Cuando Gonzalo se asomó a sus ojos, sintió que se hallaba ante un plácido estanque verde aceituna.
-. Deseo hacerte un regalo.- Susurró con su voz bronca, enronquecida por el polvo del estudio.
-. Deseo regalarte tu libertad.
Al fin había comprendido.
El corazón de ella estuvo a punto de detenerse, acelerado y sin embargo apenas palpitante. Un dolor lacerante, sordo, desgarrador, se apoderó del estómago, apretándole las entrañas con un nudo de nervios agrietados. Lágrimas de agradecimiento y amor afloraron a los ojos de ambos.
-. ¿Y mi nido?. ¿Qué será de mí sin el cobijo de tus brazos?.- Preguntó con voz quebrada por la congoja.
-. Siempre estarán aquí, esperándote, aguardando tu regreso. Pero ahora has de volver a volar. Me has dado todo de ti y he sido egoísta. Tienes mucho que ofrecer a los demás. Debes hacerles tan felices como a mi me has hecho.
Ella asintió.
Porque la amaba, le ofrecía la libertad.
-. Regresaré.- Respondió convencida.
"El tormento de su alma palpitaba como el grito que más tarde el violín cantaría". Posiblemente un día, en un auditorio, entre el público asistente, otro ser sensibilizado en ese momento por la música, conseguiría descifrar lo que en su interpretación, ella quería regalar a los que allí estaban.
Porque le amaba desde el principio, desde que se acercó a la mirada oscura del ser querido, aceptó el regalo de la libertad que antes había regalado.
lunes, 18 de junio de 2007
XUAN DE LA ERÍA-. Que era de nieve. Relato perteneciente a DONDE EL AZUL SE PIERDE. (A Màrius)
Su primer recuerdo de sonido, fue el silencio.La casa, de piedra vista, grande, extensa, guardaba en el interior, los primeros sollozos jamás escuchados.Era una niña tranquila, sonriente, de ojos vivos que recorrían rostros, barrotes de madera de la cuna; el techo pintado de azul y estrellas.Más tarde, quizás a los dos años, el sonido era el de los árboles peinados por el viento; el estremecimiento de las hojas cuando se besaban con suavidad amorosa; el trino de los pájaros y una continuada cadencia que era armonía se unió al recuerdo. Su padre extraía música de un instrumento.Encinas añosas, de grueso tronco, cubrían con su copa, a quince o veinte metros del suelo, el ámbito familiar, rodeándole de paz y frescor en el devenir de cada día.Construyeron la cabaña sobre una de ellas, pensando que jugaría con muñecas, cocinitas, y pastelillos de plástico, aunque sentíase atraída por el bullicioso trasto que su padre tañía, conjuntando él solo, todos los sonidos oídos desde el mismo instante de su concepción, cuando apenas era embrión, luego feto; más tarde, el ser que conformaría su identidad.Tan pequeña, y el empuje vital de la música daba aliento al maleficio que marcaría su existencia. Podía tocar el violín con la simple magia de sus prodigiosos dedos; fascinante conjuro de aquél oído que ligaba de inmediato las notas de una melodía, ensamblando sensibilidad e innata técnica, nunca aprendida con el hartazgo de la enseñanza, sólo ahíta ante la seducción que una composición podía producir en ella.El conjunto de todo ello parecía conducirla a la inmolación de si misma.Era frágil.Cuando fuera de la casa, bajo las centenarias encinas, ensayaba una y otra vez un martelé, o la simple práctica de ejecución: movimiento de muñeca, digitación y estudio de partituras, parecía una ninfa escapada de dios sabe que estanque, que levitaba sobre el césped, entre los árboles, etérea, casi transparente, como si fuese modelo ideal, apenas inventada por cualquier pintor impresionista, deseoso de representar la musa viviente de una de las artes.A la caída del sol, antes de que llegara a ocultarse, miraba espectante el promontorio que los pueblos cercanos denominaban "La Mola". Le parecía una dentadura completa, como la que su abuela depositaba cada noche en un vaso. Bromeaba con sus hermanos sobre lo que sucedería ante la caída de un diente; qué encontrarían bajo la almoada al día siguiente.En su interior les envidiaba. A pesar del oculto deseo de ser como ellos, el cansancio vencía su cuerpo; en ocasiones el espíritu. Una lasitud abrumadora la invadía, lánguida, entorpeciendo movimientos, los blancos brazos, el níveo cuello, los marfileños senos que comenzaban a despuntar, los quebradizos pies que parecían no tocar la tierra.Fue precisamente el albor de su piel la que puso en alerta a los padre.Pese al embrujo de la música que fluía del violín cuando tocaba, comprendieron que aquella debilidad era antinatural. Tras múltiples análisis, la verdad golpeó dolorosamente a la familia. Una palabra quedó impresa en sus cerebros. Leucemia.La leucemia consumía la nacarada castidad adolescente.
jueves, 14 de junio de 2007
Xuan de la Ería.- QUE ERA DE NIEVE
Xuan de la Eria-. Que era de nieve
Así nació la leyenda: "Era de nieve".
Años más tarde, en el blanco lecho, rodeada de blancas mujeres uniformadas que cuidaban su llagado cuerpo, antes del previsible fin, tomó la decisión de abandonar las blancas paredes; el blanco hospital; la frialdad armiñada que rodeaba su silencio. Regresó al verdor oscuro de las encinas, a la ausente caries de su amada "Mola".
Las "codinas", rocas lloronas que en tiempo de lluvia parecían lamentar, teatralmente trágicas, la presencia del hombre, detuvieron sus lágrimas para no apenarla.
En días de sol, transportaban su lecho, bajo la enramada casita de juguete, que aún permanecía desabitada en el árbol. Allí, rodeada por los sonidos de la niñez, dejaba volar en libertad recuerdos, que en ocasiones, acogía su padre en la madera de los violines, interpretando aquellas melodías que ambos amaban; que siempre, hasta el final de los días, dormirían en su memoria, dispuestos a ser despertados en el momento preciso, cuando la nostalgia tuviera necesidad de ellos, consiguiendo revivir el pasado que la desdicha amenazaba, con olvidadiza altivez, dominando el dolor de su mente.
En ocasiones, las encinas, apesadumbradas, oscurecían sus hojas, haciendo que la piel resaltara, más blanca si cabe, nívea, bajo el escaso cabello que se escondía bajo un coloreado pañuelo que anudaba a la cabeza a la manera somalí, abriéndose cual si fuera una exótica flor que respiraba el limpido aire de la montaña.
Transcurrían las tarde de otoño, la música desgranándose como simiente en sazón, presagiando la proximidad que pronto convertiría a la niña en eterna nieve.
Un resquemor incierto, hacía que negara la posible pérdida de la huidiza nostalgia. Escuchaba entonces la Sinfonía número 6 de Tchaikovski, "La Patética". Nunca le había interesado, aunque ahora el primer tiempo, un adagio poderoso, triste, con remembranza de dolor contenido, al transformarse más tarde en allegro esperanzado, llegaba a humedecer sus ojos, tratando de contener el asomo de lágrimas que pudiera entristecer aquellos que la rodeaban. Era sin embargo el adagio del cuarto movimiento, con su conmovedor lamento, el que hacía llorar a todo lo que rodeaba el lecho; los pájaros, el viento, las horas, el día, los amigos, el silencio...
Parecía quebrarse la cuerda en un llanto íntimo, creciente, que llegaba a alcanzar el sentimiento orgánico de aquél "patetismo" con el que la sinfonía había sido bautizada.